Page 25 - Libro De Historias Comics 9no y 10mo
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Foto: Lucía Estremadoyro

                                                                                     UN RELATO
                                                                                       DE: LUCIA
                                                                                 ESTREMADOYRO




                                                                                    a primera vez que escuché
                                                                                    del diablo  fue por mi
                                                                              Labuela. Los ojos de Elena
                                                                               Buendía, bisnieta de Eulogio
                                                                               Buendía, eran ojos  bonitos
                                                                               y cansados, como si hubiera
                                                                               visto tanto del mundo que solo
                                                                               deseara dejar de observar por
                                                                               un momento. 72 años eran ya
                                                                               bastante tiempo.
                                                                                 Yo no tendría más  de siete
                                                                               años y era una  niña valiente,
                                                                               sin miedo a los demonios pues
                                                                               pensaba que no existían.
                                                                                 Eulogio era un  hombre
                                                                               parecido a mí en su juventud,
                                                                               según me contó mi madre, y su
                                                                               madre a ella, y a ella su madre.
                                                                               Era un hombre que comprendía
                                                                               la  injusticia y no tenía miedo
                                                                               de quejarse cuando veía cómo
                                                                               los hombres de dinero dejaban
                                                                               comida para los muertos en el
                                                                               Cementerio  de La Almudena,
                                                                               mientras él no tenía qué darle
                                                                               de comer a mi madre y a sus
                                                                               cinco hermanos. No era justo y
                                                                               no tenía sentido.
                                                                                 — ¿No cree usted que tiene
                                                                               razón?  —le pregunté a mi
                                                                               abuela, mirando el nicho con el
                                                                               nombre de Eulogio grabado en
                                                                               piedra.
                                                                                 Ella sonrió, pero de pronto su
                                                                               rostro se arrugó levemente y su
                                                                               expresión se tornó nostálgica.
                                                                                 — Sería alrededor de junio de
                                                                               1806, cuando él aún trabajaba
 díselo aL DIABLO                                                              y el jardín del cementerio. Era
                                                                               en el mantenimiento del templo

                                                                               un hombre de razón y le era
                                                                               imposible creer  en  lo que  no
                                                                               podía  ver, mas incluso él solía
                                                                               tener miedo. Este lugar alberga
                                                                               a personas de temer,  tú no




                                                                                            MALAYERBA       25
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